sábado, 11 de febrero de 2012



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Salí de la casa, y el sol brillaba y calentaba mis manos y mi cara; me abrasaba como hace tiempo que tú no me abrazas. Pensé en prender un cigarrillo, mas no lo hice. Sólo caminaba hacia la la colonia vecina para tomar el camión, aliviada de que al fin fuera viernes.

Cuando crucé la calle, mis ojos los vieron. Lo vieron. Los dos eran hermosos. Uno estaba descansando en el parque, y el otro en la calle. Me quedé en medio de la calle, contemplando al que reposaba en el pavimento, caliente por el sol. Pensé dos cosas, las obvias creo yo: o está descansando, o está muerto. Entonces, un(a) conductor(a)  acelera para entrar al fraccionamiento, y acelera sobre el cuerpo de ese hermoso ser, color miel. Yo no sé el motivo, sin embargo, él reaccionó y saltó hacia donde estaba su compañero. 

Mi corazón latía fuertemente, y exclamé unas cuántas maldiciones; y los dos compañeros, se peguntaban -¿por qué?; ¿no me vieron?; ¿no les importo?; ¿Por qué, si a nosotros ellos nos importan mucho?- Eso dijeron los dos canes al estar cerca de la muerte. 

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